LEYENDO LA NOVELA A TRAVÉS DE IMÁGENES. III Y IV PARTE.

Como comenté en la anterior entrada, me ha parecido una buena idea ilustrar pequeños fragmentos de la novela con las imágenes veracruzanas y gallegas que, o bien nos hablan sobre ellos, o bien me han inspirado para escribirlos. En ella hice una selección de textos de la I y II parte de la novela. En éste, lo hago de la III y IV parte.

 PARTE III: NO HAY OTRAS BIENVENIDAS COMO LAS DE VERACRUZ.

Veracruz, 7 de julio de 1939

El 13 de junio de 1939, en el puerto francés de Pauillac, Antía Méndez Canle embarcaba, junto a casi mil republicanos más, rumbo a Veracruz. El Ipanema, para el que ella consiguió su pasaje, era un barco de carga reconvertido para transportar pasajeros hasta México, pues su presidente por aquel entonces, Lázaro Cárdenas del Río, dio asilo político a los defensores y exiliados de la II República Española, así como también la oportunidad de trabajar y comenzar una nueva vida en su país. México, a diferencia de muchos otros países, había renunciado a mantener una postura de neutralidad y ofreció su apoyo en todo momento a la República Española durante la guerra civil. Un primer ejemplo de ello fue la acogida, dos años antes de que comenzaran a llegar los llamados Barcos del Exilio Republicano, de «los niños de Morelia».

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Terminada esta reparación y con ciertos problemas para salir de puerto que se pudieron solventar, se zarpó en dirección a la isla de Santo Tomé, en donde debían de abastecerse de combustible y agua potable. Y, en la mañana del viernes 7 de julio de 1939, los pasajeros, entre ellos Antía, escucharon la palabra más esperada:

—¡Tierraaa!

Caía ya la tarde cuando el Ipanema hacía su entrada en el puerto de Veracruz.


Veracruz, 8 de julio de 1939

En el Ipanema empezaron los preparativos para el desembarco, que comenzó puntual a las 8 de la mañana; los pasajeros debían hacerse cargo de su equipaje, tener a mano los documentos migratorios, los pasaportes y todas sus pertenencias. Todavía en cubierta, pudieron ver a la gran multitud que se había reunido en el muelle para darles una bienvenida tan cálida como el clima con el que se encontraron esa mañana de pleno verano.

Al desembarcar, muchas personas lloraron de emoción con la bienvenida que les dieron los veracruzanos: pancartas de apoyo a la República Española, como la de «Bienvenidos a México», o también la de «Bienvenidos hermanos republicanos» entre otras muchas. Hubo aplausos, vítores y una fiesta de flores, frutas y marimba. Fue sobre todo emotivo para personas que, como Antía, Amadora, Carlos y otros muchos, antes de embarcar en el Ipanema, estuvieron recluidos en los campos de concentración del sur de Francia, donde malvivieron en condiciones infrahumanas y las autoridades francesas los trataron bastante mal.

Después de pasar el control de sanidad y acompañados por cientos de veracruzanos, fueron guiados hasta la plaza del Zócalo, en donde les sería dada la bienvenida por parte de las autoridades. A partir de ese momento, se les dio la oportunidad de poder moverse libremente por la ciudad, siempre que regresaran a comer y pasar la noche en los alojamientos habilitados.

 

En ese momento escuchó una voz que desde una de las ventanas le preguntó si era alguna de las refugiadas que acababan de llegar al muelle de la T esa misma mañana. Apenas tuvo tiempo de responder que sí cuando ya se vio dentro de la casa y sentada a la mesa, casi al mismo tiempo que la voz de la ventana entraba en el salón con tres raciones de ese arroz con leche, una de ellas para Antía, y se la colocaba delante suya. Para ella, la primera cucharada de ese postre significó el comienzo de la aceptación de su duelo migratorio como exiliada. Un duelo que comenzó en cuanto salió en dirección a la frontera francesa, pero que se negaba a aceptar, como se negaba a reconocer su situación de exiliada en el campo de concentración francés y su condición de expatriada en el barco que la sacó de Europa a través de Burdeos camino de México. Se negó a sí misma incluso la posibilidad de llorar, por miedo a venirse abajo y quebrarse.

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Esa conversación cambió el destino de Antía. Ella estaba en principio destinada a la Ciudad de México, pero el oficio de costurera y de modista que había aprendido de su madre en Galicia hizo que se quedase en Veracruz. En María Victoria no solo encontraría a su primera amiga en el puerto y a la persona que le cocinó su primer arroz con leche en la ciudad jarocha, también a una de sus nuevas compañeras de trabajo en el taller de costura en donde la emplearon, en sustitución de otra costurera que acababa de marchar a vivir a Xalapa y para la que todavía no tenían a nadie en su lugar. 

 



   Recibimiento de los exiliados en el muelle de la T del puerto de Veracruz. Recibimiento por parte de las autoridades en el Zócalo veracruzano.

Veracruz, 10 de julio de 1939

A la salida de la jornada laboral, se acercaron hasta la nevería del parque Zamora a tomar unas nieves. Antía le preguntó a M.ª Victoria el nombre de la iglesia de paredes blancas que veía desde allí.

—Es la iglesia del Cristo del Buen Viaje. Y ese barrio, junto a la capilla, es el de la Huaca.

Aunque no era una persona religiosa, ni siquiera creyente, le gustaba la sensación de calma que le transmitían esos lugares y los disfrutaba aún más si podía hacerlo, sentada en la nave central, con el sonido de un órgano como acompañamiento. Su amiga, cuando escuchó este comentario, le respondió:

—Entonces tienes que ir a la parroquia de la Asunción y escuchar el órgano inglés que hay en ese lugar. Yo creo que te gustará.

Miró a los ojos a su nueva amiga, le sonrió y le agradeció profundamente su hospitalidad desinteresada. Después del trato tan poco humano que recibieron en los campos de concentración franceses, a Antía le costó un poco abrirse emocionalmente con sus nuevas amistades veracruzanas, a pesar del carácter acogedor y abierto de estas. Esa sería una herida que le llevaría aún algunos meses poder sanar y siempre se sentiría en deuda, durante toda su vida, por la paciencia y comprensión que tuvieron con ella.

 

Parque Zamora, iglesia del Santo Cristo, Zócalo y catedral de la Asunción, antiguamente parroquia. 

Veracruz, 31 de diciembre de 1939

A pesar de que los días de norte el tiempo enfriaba y se hacía necesaria la ropa de manga larga y las chaquetas, o chamarras, como las llamaban en México, a Antía se le hacía extraño pasar una Navidad sin su bufanda y su abrigo. En el taller, bromeando con ella, sus compañeras le comentaban que eso tenía fácil solución y que ni Xalapa, ni Orizaba, ni Córdoba le quedaban tan lejos para matar la nostalgia durante unos días si echaba de menos ese frío.

Precisamente en uno de esos días de norte, aprovechando que por la tarde el viento había decidido darles un respiro a los veracruzanos, varias compañeras acordaron ir juntas a tomar un café lechero. Al girar hacia la calle Independencia, vieron a un grupo de niños con una gran rama de naranjo adornada con cintas de colores y acompañados por un muchacho jaranero, algo más mayor. Se pararon enfrente de un portal de la calle Mariano Arista, llamaron tocando la campanilla de la puerta y, en cuanto les abrieron, comenzaron a cantar una canción navideña, acompañados de la jarana y de otros instrumentos musicales que llevaban consigo.

Gloria, una de sus compañeras de taller, saludó a uno de los niños del grupo, que le devolvió el gesto guiñándole el ojo y con una sonrisa, sin dejar de cantar. Fue ella misma la que le explicó a Antía en qué consistía la tradición de la Rama en el puerto de Veracruz y cuál era su origen.


 
Efectos de los llamados Nortes en Veracruz. tradición de la Rama en diciembre.

Veracruz, 14 de febrero de 1940 (Miércoles de Ceniza)

Antía pudo disfrutar de su primer desfile del carnaval en Veracruz desde un lugar privilegiado. Gloria la invitó a verlos, tanto a ella como a M.ª Victoria, desde un balcón en la calle 5 de Mayo, pues allí vivían arrendadas unas buenas amistades suyas que le permitieron llevar a sus dos acompañantes.

El día salió bueno, afortunadamente sin norte. Las comparsas se sucedían las unas a las otras, en medio de la algarabía de los participantes y de la animada música que los acompañaba. Eran especialmente festejadas y esperadas las carretas de la Reina del Carnaval y su corte y la del Rey Feo, que se recibían con especial entusiasmo. Antía se sorprendió con la mezcla de las carretas más modernas, tiradas por vehículos de motor, con otras que eran arrastradas por mulos.

 

Imágenes del carnaval veracruzano en los años treinta del siglo XX.

Veracruz, 28 de octubre de 1941

Aunque no había tenido demasiadas oportunidades de viajar en tren cuando vivía en Galicia, Antía disfrutaba mucho de cada uno de esos trayectos en ese medio de transporte. Para ella, el poder viajar hasta Xalapa, la ciudad capital del estado de Veracruz de Ignacio de la Llave en tren, fue un pequeño regalo que le dio su nueva tierra. En el relativamente breve trayecto pudo ser consciente de la diversidad y de los cambios de paisajes que se sucedían ante sus ojos y, aunque ya iba prevenida, del contraste térmico con la costa.

Cuando descendió del vagón, nada más ver a Eladio y a Marta, que la esperaban con sus dos hijos en el andén, lo primero que dijo ella, con una amplia sonrisa en su rostro, fue:

—Esto parece Galicia.

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Durante la semana anterior a su visita de cuatro días a Xalapa, Antía había pasado días cosiendo durante bastantes horas a destajo para poder ir hasta esa población a visitar a sus amigos. Los niños ya tenían, por entonces, diez y doce años y fueron sus guías por la ciudad durante las horas de trabajo de sus padres. Aunque echaban de menos el mar, les gustaban mucho los grandes y verdes parques de Xalapa y que el clima se pareciese tanto al que tenían en el noroeste de España. Eladio pidió prestado un automóvil y pudieron llevarla a hacer dos breves visitas a Xico y Coatepec, dos pequeñas poblaciones que a ella le gustaron especialmente.

 

Parque de los Tecatejes en Xalapa 

Veracruz, 26 de febrero de 1942

La primera vez que Ricardo vio a Antía fue el 27 de julio de 1939, en el malecón. Ambos se dirigían, ella con M.ª Victoria y él con su padre, a recibir a los exiliados que llegaron ese día en el barco Mexique. Aunque intentó seguirla con la vista, hubo un momento en que dejó de verla y quiso el destino que no se volvieran a cruzar hasta casi tres años más tarde.

Natalia no tenía tiempo de acercarse hasta el taller de costura a recoger un vestido que había dejado para arreglar, así que le pidió a su hijo Ricardo que le hiciera el favor de pasar él cuando terminase su trabajo de ese día. En cuanto la vio sentada, mientras cosía y hablaba con un par de compañeras, reconoció enseguida a Antía como la muchacha del día de la llegada del Mexique. Se dirigió a ella con la excusa de comentarle que la había visto en el muelle aquel día de 1939, que él también simpatizaba con la República Española y que por eso se había acercado con su padre a dar la bienvenida a los exiliados recién llegados.

Antía, que estaba bastante pendiente de su labor y de la conversación con sus compañeras, le respondió amablemente, pero sin hacerle mucho caso. Ricardo se llevó una decepción, aunque intentó que no se le notase. Ya en casa, le comentó a su madre que, si necesitaba llevar o traer alguna prenda más del taller, podía hacerlo él, que no tuviese reparo en decírselo. Eso puso en guardia a Natalia, pues, aunque la primera vez que se lo pidió le hizo el favor sin poner reparos, notó en su tono de voz que lo hacía sin ganas. Así que comenzó a presionarlo hasta descubrir el motivo.

Su padre entró a la casa a tiempo de escuchar el final de la conversación y, guasón, le dijo a su hijo:

—Si no tuvieras dos pies izquierdos para bailar, nos podrías acompañar a tu madre y a mí algún domingo al balneario de Villa del Mar. Ahí nos la hemos encontrado bastantes veces acompañada de sus amigas y nunca le falta pareja de baile, porque baila bien bonito.

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Ella apenas tardó unos veinte segundos en darse cuenta de que hablar y bailar al mismo tiempo era demasiado complicado para él. Así que le sugirió que simplemente bailasen, sin más, y que ya hablarían luego tomando unas aguas. Ricardo, aliviado, estuvo de acuerdo, pues en esos pocos segundos de baile, Antía había sido lo suficientemente ágil como para evitar recibir un pisotón de su parte.

Se cayeron bien desde el principio y se encontraban a gusto conversando el uno con el otro. Ricardo le pidió si tendría la paciencia de enseñarle a bailar con más soltura en los domingos venideros. Ella, medio en broma, le contestó que sí, con la condición de que luego la invitase a un refresco por la cantidad de pisotones que iba a tener que esquivar en las próximas semanas. Él, de palabra ágil y buen rimador improvisando con los sones jarochos, por primera vez en su vida se quedó sin saber qué replicar. Se dio cuenta de que era porque la muchacha le gustaba de verdad y le preocupaba decir algo que pudiera incomodarla y poner distancia entre ellos dos.

Afortunadamente para Ricardo no fue eso lo que ocurrió; al contrario, comenzaron a verse también algunas tardes entre semana en las que él se pasaba por el taller de costura esperando que saliese para dar un paseo juntos antes de volver cada uno a su casa. Entre las cosas que averiguaron el uno del otro estaba la afición de ambos por la música popular y, aunque él no era un gran seguidor de la música clásica, tampoco le desagradaba. Esto le dio pie para invitarla a asistir con él a su primer fandango en Veracruz. Tenía la esperanza de sorprenderla gratamente cuando lo escuchase cantar y tocar la jarana, cosa que sabía que jamás podría hacer como bailarín.

 

Imágenes diversas del balneario Villa del Mar.

Veracruz, 17 de abril de 1942

Aunque ya llevaba cerca de tres años viviendo en Veracruz, Antía no había asistido todavía a ningún fandango. Había escuchado tocar los sones jarochos en algún café, en alguna casa o en las calles, pero poco tenía que ver con lo que vivió esa tarde. Se alegró especialmente por Ricardo, pues lo vio disfrutar de la música de una manera que ella sabía que jamás podría hacerlo bailando, aunque, en las últimas semanas, con su fuerza de voluntad y la paciencia de Antía, no se podía negar que había conseguido progresar adecuadamente. Cantaba bonito, porque además afinaba bastante bien y tenía soltura con la jarana. Le gustaron sus rimas, la mayoría aprendidas, aunque también era capaz de improvisar en algunos momentos.

Además de Ricardo y dos jaraneros de la familia tlacotalpeña, había personas tocando otros instrumentos: un requinto, un arpa, una quijada y un güiro. Antía intentó identificar las notas de oído y pensó para sí misma que quizá sería capaz de reproducirlas con su violín.

 

Típico patio de vecindad veracruzano hasta los 80 del siglo XX. Instrumentos para tocar Son Jarocho o marimba.


 Imagen de fandango con los soneros del Tetsechoacán en 2025.

Veracruz, 14 de abril de 1944

Aunque por disponibilidad de fechas Antía y Ricardo podían haber celebrado su enlace al menos dos meses antes, decidieron hacerlo coincidir, de forma simbólica, con el mismo día que se proclamó, 13 años atrás, la II República Española. Para ella era, además, un vínculo sentimental que en cierta manera la ligaba a su familia gallega, que no iba a poder estar presente en el que seguramente sería uno de los días más importantes de su vida.

Sí que bajaron desde Xalapa, para acompañarla, Eladio, Marta y sus hijos. Él le pidió, si a su futuro suegro no le parecía mal, que le dejase ser su padrino de boda, en sustitución de su padre, como si de esa manera pudiese sentir representada, ni que fuese solo simbólicamente, la presencia de su tierra natal en la ceremonia. Antía sintió que se le hacía un nudo en la garganta al pensar en sus propios padres, pero fue capaz de contener su emoción y aceptó encantada el ofrecimiento.

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 Fue una ceremonia civil sencilla, que acompañaron con una comida en Villa del Mar, el lugar donde los novios bailaron juntos por primera vez y comenzaron a tratarse. Sin decirle nada a ella, su marido había contactado con gallegos que ya vivían en Veracruz cuando su ahora mujer llegó y que en la sobremesa interpretaron una jota, una muiñeira, un maneo y un vals, con el que los novios abrieron el baile para el resto de los invitados. Durante el vals, la novia, muy emocionada, por primera vez en su vida pisó a su marido bailando y no al revés. 

 


Veracruz, 20 de septiembre de 1946

Carlos, que en el vientre de su madre había sido durante todo el embarazo un bebé tranquilo que ni siquiera le provocó la más mínima náusea, decidió hacerse notar desde sus primeros minutos de vida. Antía llegó a comentarle a su marido que, si los problemas de digestión de su bebé no hubieran mejorado a los tres meses de nacer, es posible que se hubiese planteado no volver a repetir lo que algunas mujeres llamaban «la bellísima experiencia de la maternidad».

A lo largo de su vida había escuchado llorar a muchos bebés, pero a ninguno con la fuerza de los pulmones del suyo. —A este paso poderías ser tenor, meu neno[1]— le decía ella al chiquitín, algunas veces, desesperada. Como tragaba demasiado aire al mamar y se saciaba enseguida, se creaba un círculo vicioso en el que los descansos entre tomas apenas existían. Antía se preguntaba a sí misma cómo hubiera podido hacerlo sin la ayuda de su suegra, pues los tres primeros meses se los pasó yendo del sofá a la cama y de la cama al sofá, con breves pasos por la cocina y por el baño. No fue hasta la semana once, en la que fue a pasar visita médica con una nueva matrona, que consiguió corregir la manera en que su hijo se agarraba al pecho evitando tragar tanto aire como hasta entonces. A partir de ese momento, sus lloros fueron menos frecuentes y pudo alargar los tiempos entre toma y toma y comenzar a descansar.


[1] A este paso podrías ser tenor, hijo mío.

 


 Malecón, años 50 del siglo XX.

Veracruz, 02 de diciembre de 1947

Durante el resto de su vida, Antía recordaría noviembre de 1947 como un mes triste en el que le invadió el desánimo. Afortunadamente, en su familia veracruzana supieron darse cuenta de ello y, a pesar de lo reservada que solía ser ella para ese tipo de cosas, consiguieron que se desahogase con ellos y no se lo quedase dentro. Antía se sentía tremendamente afortunada de haber podido rehacer su vida en el puerto de Veracruz rodeada de personas que la apreciaban y la querían.

A mediados de mes llegó una carta de Galicia en la que su madre le informaba del fallecimiento de sus abuelos maternos con apenas diez días de diferencia entre ambos. Originarios de Carnoedo, una parroquia del municipio de Sada, se habían desplazado cuando sus dos hijos aún eran niños a la ciudad coruñesa para trabajar en la construcción y en la fábrica de Tabacos. Más adelante, cuando sus hijos ya se valían por sí mismos y tenían algunos ahorros propios, decidieron volverse a su aldea en Carnoedo, donde Antía y su hermano Santiago los visitaban a menudo. Con ellos vivía el hermano menor de su madre, que decidió trabajar como marinero en Sada y se casaría con una muchacha de Betanzos, la ciudad de los Caballeros.

A la tristeza por el fallecimiento de estas dos personas tan queridas para ella se le unió la decepción y el desánimo de ver cómo las potencias occidentales ganadoras de la II Guerra Mundial iban a sacrificar la posibilidad de que España recuperase un régimen democrático por la ruptura política de relaciones con el llamado ya, por aquel entonces, el bloque comunista. En noviembre de 1947 Estados Unidos se oponía con éxito en la ONU a una nueva condena del régimen de Franco y a la imposición de nuevas sanciones.

 

  Fábrica de tabacos de A Coruña y plaza Hnos García Naveira en Betanzos.

Ciudad de México, 17 de julio de 1951

El primer viaje de Antía con su marido y sus hijos estuvo marcado por reencuentros largamente esperados y por el descubrimiento de una gran ciudad que ya para entonces contaba con más de 3 millones de habitantes. Las distancias entre los diferentes lugares que visitaron eran enormes y requerían de una organización previa para no perder más tiempo del estrictamente necesario, pues en su caso Ricardo y ella se movían con dos niños de seis y tres años.

Uno de los primeros lugares que Antía quiso visitar fue la sede del Ateneo Español de México, instalado en la calle de Morelos número 26, en el último piso del edificio. Allá tuvo la oportunidad de abrazar y de reencontrarse en persona con Carlos Tomé y Amadora Méndez, con los que toda su vida se sentiría agradecida, ya que sin su mediación para que ella también pudiera obtener un pasaje a México en el buque Ipanema esto no hubiera sido posible.  

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El único momento del viaje en el que Antía y Ricardo no se pusieron de acuerdo fue cuando ella expresó su deseo de desplazarse hasta el santuario de Guadalupe. Él, a diferencia de su padre, aunque compartía su ateísmo, no era anticlerical. Pero el motivo que le dio su mujer no le gustó.

—Le prometí a tu hermana Úrsula que si veníamos aquí de vacaciones le haría el favor de poner, por ella, una vela a la Virgen de Guadalupe.
—Pues que venga ella a ponerle la vela, que tiene dos piernas y dos manos como nosotros, pero no dos hijos pequeños. Mira, hagamos un trato: mientras tú vas a poner la vela y a cumplirle el capricho a mi hermana, yo me vuelvo a llevar a los niños hasta el parque de Chapultepec, que es lo que más les ha gustado de todo lo que hemos visto hasta ahora.
—Eso, eso, tú vete a Chapultepec, a perseguir a las ardillas con tus hijos —le respondió Antía, burlona.

 

Zócalo Ciudad de México, Palacio de Bellas Artes y ardilla en Chapultepec.


 Basílica de Guadalupe y vistas de la basílica y de la ciudad desde el cerro de Tepeyac.

Veracruz, 22 de junio de 1952

Al igual que dos semanas antes, la familia Mena Méndez había decidido ir a pasar el día a la playa de Viña del Mar. En esta ocasión los acompañaba M.ª Victoria con su familia, para celebrar la concesión de la nacionalidad mexicana de pleno derecho a Antía.

Los adultos estaban felices, hasta cierto punto relajados, pero todos con un ojo puesto encima de Carlos después del susto que se llevaron con él en su anterior visita a esa misma playa. Cabezón como era cuando le decían algo que no le gustaba, buscaba siempre la manera de intentar salirse con la suya, aunque muchas veces acababa escaldado. De hecho, su cabezonería por poco no le hizo acabar ahogado dos semanas antes.

A primera hora de la tarde se levantó un viento fuerte que hizo salir a muchas personas del agua, especialmente los niños y aquellos adultos que no eran buenos nadadores. Carlos se lo tomó bastante mal y les replicó a sus padres que él era de los niños que mejor nadaba y que además podía quedarse en la orilla. Tuvieron que amenazarlo con sacarlo de las orejas para que saliese del agua y les hizo caso, aunque de mala gana. Rato después, con la excusa de traerle un balde de agua a su hermano pequeño para que jugase con arena mojada, volvió al mar con la intención de ponerse a nadar. Una ola lo volteó de tal manera que acabó cabeza abajo enterrado en la arena y tuvieron que ir corriendo a sacarlo. Había tragado tanto agua que no les quedó otra que hacerlo vomitar además de intentar sacarle, mal como pudieron, la arena que se le había ido por la tráquea. De allí al hospital fue llegar en un suspiro.

Ya en casa, el niño tuvo que escuchar de su enfadadísima y muy asustada madre todos los juramentos en gallego habidos y por haber. Eso ya le hizo sospechar que la cosa no se iba a quedar ahí. Lo amenazó, si la volvía a desobedecer en la playa, ni que solo fuera una vez más, que a partir de ese momento lo llevaría atado con una cuerda como si fuese un perro, aunque se muriera de vergüenza. Carlos, sin mucha convicción visto el enfado de su madre, le replicó:

—Mamá, si me lleva a la playa atado como un perro usted también se va a morir de vergüenza, no solo yo.

—Prefiero morirme de vergüenza a morirme del disgusto de verte ahogado, meu neno[1], así que achanta[2].

Sea porque el niño creyó a su madre capaz de cumplir la amenaza o por el susto que se había llevado cuando la ola lo volteó cabeza abajo, a partir de entonces hizo caso y no volvió a darles disgustos en la playa.


[1] hijo mío

[2] apechuga / te aguantas

 

 

Playa urbana de Villa del Mar.

Veracruz, 8 de julio de 1954

El año de 1954 llegó a la casa de los Mena Méndez con su cara y su cruz. Cuatro meses antes del nacimiento de Andrea, la tercera hija del matrimonio, Natalia moría de un ictus. Además de lidiar con su propia tristeza por el fallecimiento de su querida suegra, tuvo que hacer fuerzas de flaqueza para ayudar a su marido y a sus hijos a lidiar con esta pérdida, especialmente a Carlos, el mayor, que adoraba a su abuela. Hasta el nacimiento de su hermana menor, que lo tranquilizó y le levantó algo su decaído ánimo, lloraba y se enfadaba por cualquier cosa y tenía, a menudo, pequeños ataques de rabia. A su madre no le quedó otra que armarse de paciencia con él e intentar llevarlo con la mayor mano izquierda posible, aunque no por eso dejó de ser firme con su hijo cuando tenía que reprenderlo.

Caprichos del destino, el parto de Andrea se adelantó 4 días y nació el 8 de julio, el mismo día que Antía pisaba por primera vez suelo mexicano en el puerto veracruzano. Echando la vista atrás, pasaron por su mente, como en una película, muchas de sus vivencias a lo largo de los ya 15 años que llevaba viviendo en Veracruz. Estaba dándole el pecho a su benjamina cuando entraron a la habitación Carlos y Marcos, acompañados de su padre, para conocer a su hermana. Le pidieron a su madre si podían sentarse en la cama, para verla más de cerca. Querían ser ellos también los que le regalasen una muñeca de trapo que, con la ayuda cómplice de su progenitor, habían querido comprarle con sus ahorros.

 


Veracruz, 3 de julio de 1955

Con 37 años, casada y madre de tres hijos, Antía acudía por primera vez en su vida, ya nacionalizada, a ejercer su derecho al voto. Junto al resto de mujeres mexicanas estaba llamada a las urnas para elegir a los diputados federales de la XLIII Legislatura. Fueron toda la familia en pleno, lo consideraban un momento histórico y quisieron que sus tres hijos formasen parte de este recuerdo.

Ricardo, contento, decidió que a continuación y para celebrarlo irían todos a tomarse unas nieves en la nevería Yucatán. Les gustaba el parque de Zamora y echaban en falta que en los nuevos fraccionamientos que no paraban de crecer no se proyectasen más espacios verdes y de esparcimientos como aquel. Aunque los fuertes vientos de los nortes eran inclementes con la vegetación, había árboles y arbustos preparados para soportarlos y que serían unas buenas opciones a tener en cuenta para crear más espacios arbolados en la extensión de la mancha urbana.

Marcos y Ricardo preferían las nieves de mango y limón, pero Carlos y Antía sentían verdadera debilidad por las de elote. En su tierra natal y traído del continente americano el maíz formaba también parte de su dieta atlántica, aunque ni por asomo en la cantidad que lo era para los mexicanos. Se comían las mazorcas asadas, se hacía pan de maíz y tortas, pero jamás en la vida se les hubiera ocurrido elaborar un postre helado con él. Así que para ella el pastel o la nieve de elote fueron descubrimientos maravillosos.

Esa misma noche se sentó a escribir una carta a sus padres y hermano para compartir con ellos la dicha de haber podido ejercer, por primera vez en su vida, su derecho al voto y en igualdad con las personas de sexo masculino. Se preguntó, para sí misma, cuántos años más tendrían que pasar para que, en España, hombres y mujeres pudieran volver a votar en unas elecciones democráticas y libres. Lo veía difícil, por edad, para sus padres, pero, visto lo ocurrido con la legitimación del régimen franquista por los países occidentales en el contexto de la Guerra Fría, dudaba incluso de que su hermano Santiago pudiera hacerlo, salvo en un futuro bastante lejano.

 


Veracruz, 15 de mayo de 1957

La visita de Santiago, el hermano de Antía, a Veracruz, hizo que la familia Melo Méndez se replantease algunas cosas que hasta entonces habían considerado inviables. Para ella no solo fue una oportunidad de pasar, por primera vez en casi 21 años, tiempo en común con alguien de su familia gallega, sino también la de establecer un vínculo entre la familia veracruzana que ya había formado y la que vivía al otro lado del Atlántico.

Las relaciones diplomáticas entre ambos países seguían rotas y no se retomaron, formalmente, hasta el 28 de marzo de 1977, en París, donde los responsables de las carteras de Exteriores de ambos ejecutivos sellarían el restablecimiento oficial de las relaciones bilaterales entre España y México. Hasta entonces, el gobierno republicano en el exilio fue reconocido como el único válido por los sucesivos gobiernos mexicanos desde que, finalizada la guerra civil, el presidente Lázaro Cárdenas rompió las relaciones diplomáticas con la España franquista.

A partir del ingreso de España en la ONU en 1955 lo que sí se restablecieron fueron las relaciones comerciales primero y las culturales después. De esto se aprovechó Santiago para encontrar la manera de llegar hasta Veracruz para visitar a su hermana. 

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Los niños estaban entusiasmados con la presencia de su tío español en su ciudad. No pararon de hablar de él a los compañeros de la Escuela Cantonal, donde cursaban la primaria y, en las horas en las que no tenían que asistir a clase, se empeñaban en acompañar a Santiago a donde quiera que fuese. Querían ser ellos sus guías y enseñarle toda su ciudad. No paraban de preguntarle cosas sobre cómo era la vida de sus abuelos, de sus primos Juan y Marta y de él mismo en Galicia. Aunque habían escuchado muchas veces a su madre hablar sobre su tierra natal, para ellos no era lo mismo que sentirlo de viva voz de una persona que vivía allá.

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Llevaría páginas enteras narrar la multitud de anécdotas que se sucedieron esos días entre sobrinos y tío. La competencia que se estableció entre Carlos y Marcos para intentar llamar la atención de él provocó algunos momentos embarazosos. Un buen ejemplo de ello fue lo ocurrido en su primera visita al café situado justo enfrente de la aún entonces parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que le acabó dando ese nombre también al local. 

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La familia al completo acompañó a Santiago al puerto para despedirlo. A Antía se le llenaron los ojos de lágrimas cuando lo abrazó, aunque él, para animarla, le comentó, intentando bromear, que a su vuelta comenzaría a arreglar las cosas para que, de una manera u otra, no volviesen a pasar otros 21 años sin volver a verse. Él también sentía un nudo en la garganta, pero intentó mostrarse en todo momento animado ante las caras tristes de su hermana y sus sobrinos.

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No volverían a reunirse hasta cuatro años después, en la ciudad portuguesa de Oporto. En esa ocasión pudieron hacerlo ambas familias al completo: por el lado veracruzano, llegaron Antía, Ricardo y sus tres hijos. Por el lado coruñés, Santiago con su mujer Emilia y sus dos hijos, acompañados por Andrés Méndez y Manuela Canle, muy emocionados por poder abrazar de nuevo a esa hija a la que llevaban 25 años sin poder hacerlo. 

 

Café de la parroquia. Actualmente, en 2025, su nombre es Gran café del Portal, el local es el mismo.

 

 IV PARTE: LA CIUDAD DE CRISTAL Y LA CIUDAD HECHA DE MAR.

Narra Iria Lourido Mena:

A Coruña, 9 de noviembre de 2022

Yo fui la única hija de mis padres. Fue una decisión de mi madre que mi padre aceptó y comprendió, pues entendía y valoraba mucho la renuncia que ella hacía al no volver a su ciudad natal del Puerto de Veracruz para tener una vida con él en Galicia. Una única hija significaba más opciones económicas de visitar a la familia veracruzana que dejaba atrás, al otro lado del Atlántico, a la cual quería que yo también conociese y aprendiese a querer como a la familia gallega de mi padre y de mi abuela Antía.

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La visita a la tumba de sus abuelos maternos en el cementerio de la parroquia de Carnoedo, a los que ni siquiera les había podido decir adiós, le resultó especialmente dolorosa. Aunque en cuanto supieron del paradero de su nieta en 1940 recuperaron el contacto a través de la correspondencia, eso no le aliviaba el dolor de no haberse podido despedir de ellos cuando inició su exilio.

 

                                            Iglesia y cementerio de San Andrés de Carnoedo.

Mis abuelos, sus hijos y sus nietos llegaron al aeropuerto de Santiago de Compostela vía el aeropuerto internacional de Madrid. Fueron a recogerlos en coche mi tío abuelo Santiago, su hijo Juan, su yerno Manuel y el mejor amigo de este último, Antonio Lourido, a la postre mi futuro padre. 

Mi abuela volvió al año siguiente, en 1977, esta vez acompañada únicamente por su hija Andrea. Sería la última vez que vería a su madre viva, pues fallecería tres meses más tarde. La que sí que estaba aquí cuando eso ocurrió fue mi madre pues, cuando llegó la hora de regresar a Veracruz, le dijo a mi abuela que ella se quedaba. Le preguntó si estaba segura y le pidió, porque ya se imaginaba el motivo, que si decidía quedarse aquí se asegurase de que en A Coruña podía encontrar su lugar, independientemente de que ahora le pudiesen las ganas de estar y de compartir su tiempo con el hombre que le gustaba y por el que era correspondida.

Mira, miña nena, eu non escollín Veracruz para vivir, que cheguei como exiliada escapando da represión dunha ditadura. A pesar de que afacerme ao seu clima ségueme custando un pouco aínda despois de corenta anos, atopei o meu lugar aló, e vinme capaz de vivir e ser feliz nesa cidade aínda antes de coñecer o teu pai. Asegúrate de que a ti pásache o mesmo. E, aínda así, por ben que esteas, haberá momentos nos que te sentirás partida en dous, cunha parte que botará en falta á túa cidade feita de mar e outra que se sente feliz de estar na cidade de cristal[1].



[1]Mira, hija mía, yo no elegí Veracruz para vivir, que llegué como exiliada escapando de la represión de una dictadura. A pesar de que su clima aún me sigue costando un poco después de 40 años, encontré mi lugar allí, y me vi capaz de vivir y de ser feliz en esa ciudad aún antes de conocer a tu padre. Asegúrate de que a ti aquí te pasa lo mismo. Y, aun así, por bien que estés, habrá momentos en los que te sentirás partida en dos, con una parte que echará de menos a tu ciudad hecha de mar y otra que se siente feliz de estar en la ciudad de cristal.

 

A Coruña, 11 de noviembre de 2022 (viernes por la tarde)

En este momento que abro mi ordenador portátil para escribir, estamos parados frente al andén principal de la estación de ferrocarril de Santiago de Compostela. Se está demorando en salir un poco más que de costumbre, aunque estos minutos de más los recupera en lo que queda de trayecto.

Desde el 20 de diciembre de 2021, cuando el recorrido en tren entre A Coruña y Madrid se redujo a 4 horas, el ferrocarril se ha convertido en nuestro particular «puente aéreo» tanto para Roberto como para mí. Nos alternamos en el desplazamiento, un fin de semana me desplazo yo a su ciudad y en el siguiente lo hace él a la mía. Y así sucesivamente. Es una relación a distancia más fácil de sobrellevar que antes, cuando nos veíamos cada dos fines de semana o incluso cada tres y aún usábamos el avión, que ahora ha quedado relegado para nuestros desplazamientos a México en las vacaciones o a otros lugares donde ambos pasamos juntos fines de semana largos de 3 o 4 días.

A Roberto no lo conocí en España, sino en México en el verano de 2007 y, más concretamente, en el Puerto de Veracruz. Allí estaba trabajando de forma temporal como ingeniero de logística en el puerto veracruzano, donde coincidió con mi primo Guillermo, también ingeniero en las instalaciones portuarias. Enseguida se hicieron buenos amigos. Cuando supo que venía de Madrid y que sus abuelos paternos eran gallegos, decidió que tenía que conocer a su prima Iria, también gallega de A Coruña y que en unos meses llegaría a Veracruz a pasar sus vacaciones.

 


                                                Vista aérea del Puerto Logístico de  Veracruz.

A pesar del despoblamiento galopante del centro histórico veracruzano en aquella época, de sus problemas de la falta de comercio de proximidad que iban cerrando con cada nueva plaza comercial que se abría en otras colonias de la ciudad o en Boca del Río, de la dificultad de aparcamiento y de la falta de incentivos fiscales para los residentes de la colonia centro, Roberto y yo decidimos dejar el apartamento que él tenía rentado en Viña del Mar y mudarnos allí. Fue una decisión tomada más con el corazón que con la cabeza, pero de la que nunca nos arrepentimos, aun con todos los inconvenientes que nos suponía, en nuestro día a día, haber elegido el centro histórico de Veracruz para vivir.

Durante el verano de 2009 recibimos la visita de mi cuñada Carla, la hermana de Roberto, que pasó sus vacaciones en Veracruz. Con ella recorrimos muchos lugares del estado que nosotros dos ya conocíamos. En mi caso desde la infancia, aunque gracias a ellos dos pude volverlos a redescubrir desde un punto de vista diferente al mío. En su caso era el de dos personas que llegan de adultas desde España por primera vez, sin tener ningún tipo de vínculo personal con esa tierra ni con ningún otro lugar de México.

A mi cuñada le gustó mucho la zona arqueológica del Tajín por su monumentalidad y extensión, pero la que le dejó una huella más profunda fue la de la ciudad y cementerio totonaca de Quiahuiztlán. Es difícil explicar en palabras la sensación que a ella le producía estar en ese lugar, con la vista del cerro de los Metates al frente, desde el cual los totonacos tenían una vista privilegiada de una gran parte de la costa veracruzana, pero creo que es muy similar a la que yo sentí en el Tajín la primera vez que lo visité acompañada de mis abuelos y de mis padres. Junto con Cempoala, fueron los tres yacimientos arqueológicos que recorrimos esos días.

Intentamos que mi cuñada tuviera una visión lo más amplia posible de lo diverso y heterogéneo que son los paisajes y el clima del estado de Veracruz. Algunas de estas visitas las hizo con nosotros y en otras ocasiones la acompañaron algunos de mis primos si tenían el día libre.

 

                                                    El Tajín, Papantla y Quiahuitlan


                                         Fiestas de la Magdalena en el pueblo mágico de Xico

 

                                                        Finca cafetalera en Coatepec.

                                            Catarata de Eyipantla, Tlacotalpan y Alvarado
 

A Coruña, 28 de diciembre de 2022

Hoy, Pablo, el marido de mi prima Claudia y buen amigo desde hace ya muchos años, ha decidido celebrar, a su manera, el Día de los Inocentes, gastándome una broma relacionada con los diarios de su antepasada Elisa Díaz Osorio. Evidentemente no me la he tragado, pero ha servido para que conversásemos por videoconferencia un rato y recordásemos, entre otras cosas, la manera en que nos conocimos.

El 10 de julio de 1998 yo me había desplazado hasta Xalapa para pasar un par de días con mi prima Claudia, que estudiaba arquitectura en el campus universitario de la Universidad Veracruzana, ubicado en el Paseo de los Lagos. Eran los mismos estudios que cursaba Pablo, pero en promociones diferentes, así que tampoco coincidían en sus clases. Ella había alargado su estancia en la ciudad para resolver unas gestiones y en breve se volvía al Puerto de Veracruz para pasar allí el resto de las vacaciones.

Al salir de la facultad nos acercamos hasta la cafetería de la Plaza Universitaria, con la idea de comer algo rápido. Durante el almuerzo Claudia me preguntó sobre la digitalización de los diarios de Elisa Díaz Osorio y fue entonces cuando Pablo, que tomaba un café en una mesa cercana repasando unos apuntes, se levantó y se acercó hasta nosotras.

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De vuelta a Veracruz, Pablo le habló a su padre de nuestra familia y nosotras hicimos lo mismo con nuestros abuelos. Primero se desplazaron ellos a la que fue la casa de Elisa en el callejón de la Lagunilla y después nos desplazamos nosotros a su domicilio familiar en la zona de Villa del Mar, donde nos llevamos una enorme sorpresa que nos emocionó: en una de las paredes del salón estaba el cuadro de Marina Osorio con su primer marido y sus tres hijos más mayores. En la pared opuesta, vimos el cuadro de la propia Marina con su segundo esposo y su hija menor. En un largo aparador, admiramos las preciosas maquetas de tres barcos, una fragata, una corbeta y un bergantín de inicios del siglo XIX que habían pertenecido a los tres hermanos Díaz Osorio. 

 

Paseo de los Lagos. Junto a él se encuentra el campus universitario más grande de la Universidad veracruzana, incluida la facultad de arquitectura.

A Coruña, 3 de enero de 2023

De todas las visitas que fue haciendo mi abuela a Galicia, desde que yo nací, esa fue muy especial y la recuerdo con gran cariño. Desde Veracruz, además de ella misma y de mi abuelo Ricardo, llegaron también mis primos hermanos Guillermo y Claudia. Con edades muy similares, se había establecido entre nosotros, cuando teníamos apenas 3 o 4 años de edad, una gran complicidad que perdura hasta hoy, que ya somos adultos hechos y derechos. En broma, nuestra familia materna, allá en Veracruz, solía llamarnos los tres mosqueteros.

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Para cuando llegaron mis abuelos y mis primos veracruzanos ese verano de 1991, mis padres ya tenían preparadas varias salidas por A Coruña y alrededores para recorrer los lugares de los que Elisa hablaba en sus diarios. Nos acompañaron mis primos Tomás y Candela, hijos de los primos hermanos de mi madre y de la misma edad que Claudia. Ambos eran, para mí, mis mosqueteros gallegos, pues a falta de hermanos propios y por la edad y complicidad que también tenía con ellos, en cierta manera cubrieron ese hueco.

Para mis primos veracruzanos, que era la primera vez que visitaban la ciudad, fue un doble esfuerzo intentar imaginar cómo serían esos lugares casi 200 años antes. 

Ante los balcones acristalados y cerrados de las Galerías de la Marina, les explicamos por qué a mi ciudad natal se la conoce por el sobrenombre de «la ciudad de cristal». 

 


Otros lugares que visitamos en el barrio de la Pescadería y en la Ciudad Vieja coruñesa fueron, por nombrar solo algunos, los jardines de Méndez Núñez, la iglesia de San Nicolás, el teatro Rosalía de Castro y la plaza de María Pita con su bellísimo Ayuntamiento, del que vale la pena no pasar por alto su interior. Continuamos hasta el mercado de abastos de San Agustín, que aún sigue funcionando en un edificio de los años treinta. De allí continuamos hasta la calle Porta dos Aires, donde estaba situada la que fue la vivienda familiar de Marina Osorio Castelo y sus antepasados. 

De camino al puerto no dejamos pasar tampoco las visitas a la iglesia de Santiago, románico del siglo XII, ni a los jardines de San Carlos, ese lugar que tanto le gustaba visitar a Amalia Acevedo Osorio durante el tiempo que vivió en la ciudad con sus padres. 

 

Interior iglesía de Santiago, vistas del castillo de San Antón desde el jardín de San Carlos, plaza de María Pita y calle del barrio de la Pescadería.

Muy especial fue también nuestra visita a Sada, donde pasamos tres días recorriendo los lugares que fueron significativos para los Díaz Osorio. También lo era para nuestra abuela Antía, pues sus abuelos maternos eran oriundos de la parroquia de Carnoedo, perteneciente a ese municipio. Nos alojamos precisamente en la casa que mi tía abuela Emilia, nacida allí, había heredado de sus padres en esta parroquia y que nos cedió muy amablemente.

Sada tiene unas vistas de la ría de Ares y Betanzos bellísimas, pero, a excepción del edificio de la Terraza, su capilla de San Roque y un puñado muy pequeño de casas anteriores a 1930 que se han salvado, la población ha perdido su belleza modernista y de arquitectura popular, especialmente a partir de la década de los 70 del siglo XX, con la pequeña excepción del barrio marinero de Fontán. La iglesia de Santa María de Sada, donde a finales del siglo XVIII Marina Osorio y Álvaro Díaz desafiaban a sus familias y a la sociedad de la época casándose en secreto, aunque está levantada en el mismo lugar que su antecesora, apenas conserva nada de aquella época. 

 

    Barrio marinero de Fontán, edificio de La Terraza y vistas de la ría de Sada y Betanzos

Precisamente en una playa carnoedense, Armenteiro, donde yo nadaba en ocasiones acompañada de Tomás y de Candela, decidí tomarme una pequeña «revancha» respecto a mis primos veracruzanos. Dicen que la mejor venganza es la que se sirve fría y, esta, lo que se dice fría, desde luego que lo fue.

 

                                                    Playa de Armenteiro, Carnoedo.

A Coruña, 24 de febrero de 2023

Mi abuela intentó enseñarme a tocar el violín cuando era muy pequeña, pero se rindió conmigo cuando vio que no tenía visos ningunos de mejorar y los sonidos que conseguía arrancarle al instrumento, sobre todo al usar el arco, se parecían más a la “matanza do porco”[1] que a una melodía.

Algo parecido, aunque no tan extremo, me ocurrió con la jarana, puesto que, al ser zurda, como mi padre y como mi abuela paterna, la coordinación entre la mano derecha para puntear o rasgar las notas en las cuerdas y la izquierda para sostener el mástil de ambos instrumentos no era demasiado buena. Si a esto le añadimos que con ambos instrumentos tenía que colocarme siempre en un extremo, para no estorbar cuando tocaba con más personas, el asunto se complicaba. Fue mi padre el que sugirió probar con algo nuevo y pensó en un arpa sin pedales. A mi madre y a mi abuela no les pareció mala idea y decidieron hacer la prueba.

Esta decisión fue un acierto.


[1] matanza del cerdo

 

Suelo tocar la música gallega con el arpa celta y la música del son jarocho con el arpa veracruzana. Si tuviese que elegir una canción que interpretar con este instrumento creo que me quedaría con “La Bruja”. He conseguido, también, a lo largo de los años, partituras de orquestas adaptadas a arpas sin pedales que he probado de interpretar con ambas, tanto con la celta como con la jarocha.

Me gusta también el baile y, aunque en esta disciplina tampoco destacaré, al menos soy capaz de defenderme lo suficiente para zapatear piezas sencillas en la tarima durante un fandango o de sacar algunos puntos en una foliada. Diferentes entre sí, foliadas y fandangos comparten cosas en común: Se toca, se canta y se baila de forma más o menos improvisada, en un acontecimiento que nace del pueblo y para el pueblo, y son celebraciones que crean comunidad. Algunas veces me han preguntado cuál de ellas me gusta más y soy incapaz de decantarme por la una o por la otra. Me recuerda a la pregunta de «¿a quién quieres más, a papá o a mamá?» que, evidentemente, tampoco respondo.

 

                                                         Arpa jarocha y arpa celta.

A Coruña, 13 de marzo de 2023

Me gusta vivir en la Ciudad Vieja, en contraposición a la parte más llana del antiguo barrio de la Pescadería, donde siguen residiendo mis padres. Ambas zonas son las más antiguas de todo el municipio coruñés, muchísimo más extenso, ya que quintuplicó su población a lo largo de todo el siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI.

 

                                    Antiguos cuarteles en la ciudad vieja y torre de Hércules.
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 Lo que actualmente yo disfruto en mi ciudad natal es algo que me gustaría que los veracruzanos pudiesen recuperar y disfrutar en su centro histórico, no como turistas o visitantes, sino como residentes, tal y como ya ocurría allá durante la época de mi infancia y de mi primera adolescencia, hasta principios de los años noventa, en los que comenzaría una despoblación constante que ha llevado al centro histórico, lamentablemente, a una situación de casi colapso.  
 

 
 


  Contrastes actuales en el centro histórico de Veracruz. En la actual 5 de Mayo,                              anteriormente calle de las Damas, se están reformando las aceras.
 
Cuando hago internamente estas reflexiones, me asalta la nostalgia de los momentos tan felices de esos años en el entonces lleno de vida centro histórico veracruzano. Los primeros recuerdos nítidos que tengo son de 1985, cuando estaba a punto de cumplir los cinco años. 
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Algunas visitas y salidas variaban de año en año y me permitían ir descubriendo, poco a poco, la tierra natal de mi madre. Otras, en cambio, era tradición repetirlas anualmente. 
 
Una de las anécdotas de mis visitas a Xalapa que más he explicado a mi familia gallega fue lo que nos ocurrió la primera vez que visitamos el interior de la catedral xalapeña. Si no recuerdo mal, yo tenía entonces siete años. Conforme entramos y caminamos cuatro pasos, nos dimos cuenta de que el suelo estaba en pendiente descendente desde el altar hasta la puerta de entrada por la nave principal. Ni mis primos Guillermo y Claudia ni yo habíamos visto nunca nada semejante. Comenzamos a elaborar, en voz alta, diferentes teorías de por qué diantre la construyeron de esa manera. Claudia optó por la teoría de que eran unos holgazanes trabajando y, en vez de esforzarse en nivelar más el terreno, se adaptaron a él e hicieron un suelo deforme. Guillermo optó por la teoría de que lo habían hecho para trabajar menos cuando tuvieran que limpiar el piso baldeándolo, pues así tiraban baldes de agua y empujaban más fácilmente la porquería a la calle por la puerta principal para no cansarse tanto con la mopa. A mí, sin mala fe y sin ser consciente de que alguien nos podía estar escuchando, se me ocurrió decir que la Plaza Mayor de la ciudad gallega de Ourense se había construido inclinada en pendiente, para que así fuese más fácil limpiarla después de que la gente hiciese allá la matanza del cerdo. 
 
Catedral de Xalapa. En la segunda imagen se ve la pendiente descendiente del piso del edificio.
 
Yo solía llegar a Veracruz algunas semanas antes que mis padres, que lo hacían hacia el 20 o el 22 de julio.
Por ese motivo pasaba cada año unas tres semanas en compañía de mis abuelos, sin mis padres, en la casa familiar del Callejón de la Lagunilla. En cuanto llegaba, ya estaban allí mis primos Claudia y Guillermo, que se «instalaban» a vivir durante varias semanas en la casa de nuestros abuelos, con la excusa de no dejarme sola.
 
 

 Casa actual del callejón de la Lagunilla, foto de 2025, en la que me basé para que fuese aquella en la que vivieron Elisa Díaz e Iria Lourido con 200 años de diferencia.

Unos recorridos urbanos que disfrutábamos mucho esos años en compañía de nuestros abuelos fueron aquellos que nos llevaron a seguir el rastro de los diferentes lugares de la ciudad que nombraba Elisa Díaz Osorio en sus diarios. Intentaba, algunas veces, recrear los momentos vividos por esas personas más de cien años antes. Con ellos solíamos ir también a nadar hasta las playas urbanas de Villa del Mar o de Martí y, a veces, a las de Boca del Río. Cuando llegaban mis padres, en algunas ocasiones bajábamos hasta Antón Lizardo, donde además podíamos practicar snorkel. También lo hacíamos en el arrecife veracruzano y, a partir de los 16 años, haríamos nuestro bautismo en buceo y descubriríamos cuán bello y fascinante podía ser disfrutar del sistema arrecifal veracruzano bajando hasta su fondo marino.


 


 
                                            Hospital de San Carlos y fortaleza de San Juan de Ulúa

El año de 1989 se conmemoraron en el Puerto de Veracruz los 50 años del inicio del exilio español republicano en México, tomando como fecha de referencia la llegada del Sinaia el 13 de junio de 1939, el primero de los muchos barcos que le seguirían después. El Ipanema, de hecho, fue el segundo, atracando en el Puerto de Veracruz poco más de tres semanas después que el primero. Nuestra abuela nos llevó hasta las placas conmemorativas que se le regalaron a la ciudad de Veracruz en ese mismo verano de 1989. En ellas se agradecen a México y al presidente de entonces, Lázaro Cárdenas, el asilo ofrecido a los republicanos españoles en este país. Actualmente están situadas y se pueden visitar en la plaza de la República, cerca del edificio de la III Región Naval y del monumento a las Leyes de Reforma. De lo que yo vi y leí ese día se me quedó grabada especialmente una imagen, la de la placa donde estaba escrito lo siguiente:

España 1939 - México 1989

Gracias México

Emigración Republicana Española

 

Veracruz, 30 de junio de 2023

Hace una semana comencé a leer el libro Veracruz en su laberinto. Lo compré en una librería del centro histórico veracruzano que tuvo el enorme acierto de dejar al descubierto, cuando restauraron el inmueble, la piedra múcara de sus paredes interiores. Alguna vez que nos hemos pasado mis primos y yo a comprar libros y a tomar algo en su cafetería, nos hemos planteado, si el INAH nos lo autorizase, hacer algo parecido en la casa de nuestros abuelos.

 

 Interior de la librería Mar Adentro de Veracruz, en una típica casa veracruzana del siglo XVIII.

A Coruña, 27 de agosto de 2023

Aprovecho para escribir en mi dormitorio después de comer, mientras Roberto recoge y limpia la cocina y Sabela le muestra a Carla las fotografías y los videos que hemos hecho de la partida del buque escuela de la Armada de México, el ARM Cuauhtémoc. Mi cuñada se sentía fatigada y no ha querido acompañarnos. Sí que lo hizo el día anterior, cuando visitamos este y otros barcos que participan este año en la Regata de Grandes Veleros «Magallanes-Elcano». Que de todos ellos la bellísima corbeta mexicana fuese el preferido de mi madre y el mío no era de extrañar, pero también fue el que más le gustó a mi familia política. A mi sobrina le sorprendió mucho que en el mascarón de proa hubiese un «sireno» y no una «sirena», acostumbrada a ver figuras femeninas esculpidas en esta parte de los veleros. Le explicamos quién fue el Tlatoani Cuauhtémoc, último emperador de los mexicas y la importancia histórica de este dirigente y guerrero azteca. Los relieves de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, también le gustaron mucho e intentaba acariciarlos con su mano cada vez que creía que nadie la veía, así que tuvimos que llamarle varias veces la atención.

Nos acompañaron en la visita mis padres. Teniendo en cuenta que para el buque-escuela mexicano este era el crucero de instrucción Ibero-Bizantino 2023 y en él navegaban 112 cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar ubicada en la localidad de Antón Lizardo, perteneciente a la zona metropolitana veracruzana, para mi madre aquello era como tener un pedacito de su tierra en casa. Se la veía especialmente feliz. Aprovechó para volver a explicar la llegada de la hermosa corbeta en 1982 al Puerto de Veracruz y cómo fue al puerto a recibirlo conmigo en brazos. Aquí en A Coruña habló con algunas personas de la tripulación y, ya en grupo, nos hicimos algunas fotos con ellos como recuerdo.

 
Visita del buque escuela mexicano Cuauhtémoc a la ciudad de A Coruña, el 26 de agosto de 2023.
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Es curioso ver cómo Roberto, desde el fallecimiento de su padre en 2019, justo cuando Sabela cumplía un año de edad, ha asumido, respecto a su hermana y su sobrina, una actitud ciertamente paternal. Hasta entonces siempre había evitado, con Carla, ejercer de hermano mayor y había sido más partidario de hacer y dejar hacer. En algunas ocasiones mi cuñada agradecía este apoyo y protección por parte de Roberto, pero en otras ocasiones, ella, acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo sin dar explicaciones a nadie más, se sentía algo molesta y marcaba sus límites. 
 

A Coruña, 25 de septiembre de 2023 (lunes)

Si tengo que describir este pasado fin de semana como uno de los más tristes y difíciles de lo que llevo vivido hasta ahora, no es en absoluto una exageración. 
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En el viaje de vuelta en tren hacia A Coruña, ayer domingo, no podía parar de sentir esa rabia, esas ganas de llorar que te provoca darte cuenta de cómo el paso irremediable del tiempo en nuestra existencia te cambia las tornas de un día para otro, sin la posibilidad de asimilarlo. Se te hace un nudo en la garganta, pensando en cómo se han invertido sin darte cuenta los papeles y, de repente, te ves asumiendo uno con el que ya ni siquiera contabas que te llegaría así, de golpe. O quizá sí que te había llegado hace tiempo, pero hasta que no ocurre un hecho que te sacude toda por dentro, que sacude tu realidad y tu rutina en la que dabas muchas cosas por sentadas, ni siquiera eres consciente de ello.

En estos momentos me siento frágil como hasta entonces nunca me había sentido. Siento como si mi cuerpo fuese un recipiente de cristal al que, si no protejo con sumo cuidado, un mal golpe puede hacerlo añicos. Hay momentos en los que desearía gritar a pleno pulmón, pero no lo hago, así que me trago mi tristeza y la disfrazo de otra cosa, sin permitirme mostrarla, no dejando ver ante los demás que en realidad soy más vulnerable de lo que digo ser.

De vuelta a Galicia me he acercado, al acabar mi jornada de trabajo este mediodía, a comer a casa de mis padres. Es increíble ese sexto sentido que tienen muchas madres para saber que algo no va bien antes de que abras siquiera la boca para saludar, simplemente viendo la expresión de tu cara o la tristeza en tus ojos. Lo primero que ha hecho, antes de decirme nada, ha sido abrazarme muy fuerte, apapacharme, como dice ella o, lo que es lo mismo, abrazarte con el alma.
 
 

                                                    Creo que esta imagen no necesita comentarios.

A Coruña, 20 de noviembre de 2023

Mi primo Guillermo me ha hecho llegar varias noticias de prensa, a través de enlaces de internet, sobre el anuncio de un decreto para reactivar siete rutas de trenes de pasajeros en México, entre ellas la que une Ciudad de México con Veracruz. De forma casi inmediata me vienen a la mente esos viajes en el Jarocho, el tren que unía ambas ciudades y que mis primos y yo, junto con nuestros abuelos Antía y Ricardo, utilizamos siendo niños para viajar hasta Orizaba desde el Puerto de Veracruz, más en concreto cuando acompañábamos a mi abuela a visitar a su amiga Gloria.

Recuerdo los bellísimos paisajes de los que podíamos disfrutar observando por las ventanillas del tren cuando hacíamos el viaje diurno. Sus barrancos, sus montañas, el paso por el puente Atoyac… Se suceden ahora mismo en mi mente mientras escribo. 
 

 Estación de ferrocarril de Veracruz "La Terminal" (2025) y viaducto ferroviario sobre el río Atoyac.

 

Veracruz, 22 de julio de 2024

Para Sabela son sus primeras vacaciones en México y en el Puerto de Veracruz. 
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De todo lo visitado hasta ahora, Sabela dice que lo que más le ha gustado es la ciudad de Orizaba y el ecoparque del Cerro del Borrego, al que con ella hemos subido en el teleférico.
 

Orizaba:Teleférico, vista desde el cerro del Borrego, Palacio de Hierro y catedral de San Gabriel. 

En el Puerto de Veracruz Sabela disfrutó mucho de la ruta en la que recorrió los diferentes lugares y edificios que aún siguen en pie de los que habla Elisa en sus diarios, aunque acabó con una sensación agridulce. No se imaginaba que muchos de ellos tendrían un aspecto tan deteriorado o ya no existirían. Se había hecho a la idea de hacer mentalmente un viaje al pasado, a la época de los Díaz Osorio Acevedo, pero le resultaba difícil.

Otra de las rutas que hicimos con ella para conocer la ciudad fue para visitar aquellos lugares que fueron importantes en mi infancia aquí y también en la de mi madre y la de mis tíos. Estábamos a punto de atravesar el parque Ciriaco Vázquez cuando el edificio de la antigua fábrica de puros La Prueba llamó la atención de la niña, que nos preguntó:

—¿Vosotras conocisteis ese edificio cuando aún estaba bien?

 Le explicamos que sí, que hasta principios de los noventa aún funcionaba como fábrica y que era un edificio muy bonito, hecho en parte con la piedra múcara que se había reaprovechado para levantar muchas construcciones en los espacios que antiguamente ocupaba la muralla derruida. 

Aunque anteriormente habíamos pasado por delante del Archivo Histórico Municipal y las Atarazanas para ir a visitar otros museos de la ciudad, como el Naval, el de Díaz Mirón o el Gutiérrez Zamora, no entramos en el interior del Centro Cultural Atarazanas hasta ese día. Quisimos darle una sorpresa y no le dijimos nada hasta que Sabela vio parte de las paredes de piedra múcara a la vista. Al igual que a mí, le fascinan las diferentes formas que puede tener la piedra de coral y la retamos a encontrar, al menos, seis tipos diferentes en la pared. Ya lo había hecho anteriormente en nuestra visita a la fortaleza de San Juan de Ulúa, así que, en las Atarazanas, con la vista ya entrenada, fue más rápida.


                                     Atarazanas e Ilustre Escuela de Bachilleres o la "Prepa".

Al salir y antes de emprender el regreso a casa para la comida, le expliqué a mi sobrina que en el año de 1969 el Ilustre Instituto Veracruzano fue trasladado a otro lugar y en ese antiguo edificio colonial se instaló la escuela Bachilleres de Veracruz. Mis tíos habían cursado allí sus estudios secundarios antes de la fecha de su traslado. 
 
En el edificio de Correos quiso hacerse una foto junto a los leones de su fachada, porque le recordaban a los que había en Madrid. Todos los adultos que la acompañábamos tuvimos muy claro que se refería a los del Congreso de los Diputados. Más adelante, en la misma plaza de la República, cerca del edificio del Registro Civil, del Faro Juárez y del monumento a las Leyes de la Reforma, la llevamos a ver las placas que los exiliados republicanos españoles y sus descendientes quisieron regalar a la ciudad de Veracruz y al pueblo de México por su acogida, cuando tuvieron que dejar atrás su tierra para comenzar de cero una nueva vida en este país.
 
 
                    Edificio de correos, muelle de las Esculturas, Ayuntamiento y fuente del Zócalo.

A Coruña, 11 de septiembre de 2024

Me gusta sentarme a escribir cerca de la cocina cuando horneo algo de repostería en el horno. Ese momento en el que notas, por el olor, que el postre casi está y aspiras profundamente mientras piensas: «xa arrecende». Me cuesta muchísimo traducir esta palabra al castellano, puesto que incluso mi madre, aunque habla conmigo en este idioma, ha usado siempre en casa la palabra gallega. Es una expresión que ella le escuchaba a menudo a mi abuela Antía allá en Veracruz y la ha mantenido, como una especie de cordón umbilical que las ha unido a pesar de la distancia física. Si tuviese que describirla, diría que es ese momento de la cocción en el que notas que la masa deja de ser tal para comenzar a convertirse en la tarta larpeira, en el bizcocho o en la tarta de elote y puedes comenzar a sentir el aroma característico que es propio de cada uno de esos postres.

Como el horno de mis padres está ocupado con el lacón, tanto las galletas como la tarta para la sobremesa se hacen en mi casa. Ya he enviado a Roberto y a Sabela a la casa de la calle de San Andrés con las galletas mientras yo estoy pendiente de la larpeira y, de paso, aprovecho para sentarme con mi portátil frente al horno. Han sido unos días muy intensos en emociones y necesitaba tener algo de tiempo para mí sola y para escribir sobre ello.

 
                Tarta larpeira, postre típico gallego, especialmente de la zona del golfo Ártabro.
 

A Coruña, 5 de diciembre de 2024

Apenas he llegado de la cita que mi madre y yo teníamos hoy con el notario. Aprovechando que Roberto y Sabela aún no están en casa, lo primero que he hecho ha sido sentarme a escribir. Respiro hondo, pues siento dentro de mí esa paz que te da, internamente, saber que has hecho lo correcto, tanto con la cabeza como con el corazón. Ambas teníamos la oportunidad de cerrar una herida histórica heredada del pasado y no hemos querido dejar pasar la ocasión.

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