El Puerto de Veracruz: Cuando viajar se convierte, para mí, en mucho más que visitar lugares.
El Puerto de Veracruz: Cuando viajar se convierte, para mí, en mucho más que visitar lugares.
Para
entender porqué el Puerto de Veracruz llegó a mi corazón para quedarse
desde la primera vez que la visité en Agosto de 2022, primero tengo que
hacer un pequeño resumen de aquellos motivos que me llevaron a elegir
esta ciudad del Golfo de México como una prioridad para mí, en mi
primera vez en el país el verano de 2022. Tanto es así, que a día de hoy
me es imposible concebir la idea de no visitar el Puerto de Veracruz
cada vez que tenga la oportunidad de subirme a un avión y poner rumbo a
tierras mexicanas. Lo volví a hacer en Agosto de 2023, cuando decidí
volver de vacaciones a México, por segundo año consecutivo, para visitar
otros lugares diferentes a los de mi primer viaje, repitiendo solamente
El Puerto.
Para mí la ciudad jarocha es uno de esos pocos
lugares de todos los que he ido visitando y conociendo a lo largo de mi
vida, con sus virtudes (que desde luego las tiene) y sus defectos (que
también los tiene) con los que he creado un vínculo emocional,
intenso hasta el punto en el que puedo decir, desde la emoción y desde
el sentimiento, que cuando estoy allí me siento “en casa”, aunque la
separen 9300 kilómetros de mi ciudad natal, donde ahora vuelvo a
residir.
Soy una catalana nacida en Mataró, una ciudad
mediterránea de 150000 habitantes a 29 kilómetros de Barcelona, situada
en el noreste de España. Mis raíces maternas son gallegas, la tierra de
mi madre y de toda mi familia materna, con las que a nivel cultural y
lingüístico tengo un vínculo muy fuerte, hasta el punto de que formo
parte de un grupo de teatro gallego en Barcelona que actúa precisamente
en esta lengua, en gallego, en Cataluña y en otras zonas de España. El
año 2022 se le concedió el premio de las Letras Gallegas a Florencio
Delgado Gurriarán, un poeta exiliado republicano que llegó en el barco
Ipanema al Puerto de Veracruz el 7 de Julio de 1939, junto con 997
personas más, que formaron parte de los casi 25000 republicanos que
tuvieron que dejar atrás su país huyendo de la dictadura de Franco para
salvar su vida y que se acogieron al ofrecimiento del presidente Lázaro
Cárdenas de poder vivir y trabajar en su país. De forma indirecta, el
homenaje al poeta Florencio Delgado sirvió para que tanto en Galicia en
mayor medida, como en otras zonas de España con comunidades gallegas, se
homenajease también a todos aquellos republicanos a los México acogió.
En
mi caso decidí crear una historia para una obra que llamamos “Cuentos
de taberna- Canto conto” que mi grupo de teatro iba a representar en
Galicia y en Barcelona como homenaje a Florencio y que yo decidí que
ambientaría en el Puerto, en la que quería dar a conocer como fue la
bienvenida que el pueblo veracruzano dio a aquellos republicanos de los
llamados “barcos del exilio”. En esta historia los protagonistas eran
una familia llegada en el barco Ipanema que decide volver a comenzar de
cero y echar raíces en México en esta ciudad. Una familia ficticia y
real a la vez, porque es la mezcla de varias historias que, muy
generosamente, algunas hijas de esos refugiados republicanos que
llegaron en algunos de esos barcos al Puerto y que ahora viven o en
Ciudad de México o en Veracruz compartieron conmigo y que también la
hicieron posible. Y, aunque yo me había documentado bastante en internet
sobre el tema, sentía que no podía escribir esa historia y transmitir
“VERDAD” si yo misma no experimentaba antes, por mi misma, ese viaje que
estos exiliados realizaron 83 años antes. Salvando las muchas
diferencias, claro está, porque el mío era un viaje de 11 horas en avión
y no de 3 semanas en barco, y venía de vacaciones como turista, no como
exiliada huyendo de una guerra y de una dictadura.
Cuando
organicé el viaje en Julio-Agosto de 2022, tenía claro que la última
ciudad que visitaría antes de volver a España sería Veracruz, porque
quería que esas fuesen las últimas sensaciones y vivencias, las más
recientes, antes de escribir esa historia-cuento para representarla con
mi grupo de teatro. Y fue un acierto. El haber visitado antes otros
lugares de México hizo que me familiarizase con ciertos aspectos
de la idiosincrasia mexicana diferentes a los de España (ni mejores ni
peores, simplemente diferentes). Conocer otras ciudades, otros lugares y
por contraste con ellos, provocó que el Puerto de Veracruz, con sus
virtudes y sus defectos, calase en mí, a nivel emocional, como ningún
otro de los lugares que visité antes (y conste que fueron lugares y
ciudades que me gustaron mucho y de los que guardo un buen recuerdo de
lo conocido y de la amabilidad y de la cortesía de trato de los/las
mexicanos/as). Tanto es así que ahora escribiendo estas líneas ya desde
la distancia de vuelta a mi ciudad natal no puedo evitar emocionarme y
tener que hacer un esfuerzo para que no se me escape alguna lagrimita.
Es
difícil explicar ese sentimiento, esa emoción, en cosas concretas,
aunque puedo dar una idea a través de algunas de las vivencias de mi
visitas en Agosto de 2022, cuando la visité por primera vez y de Agosto
de 2023, cuando he vuelto por 2ª vez.
El año pasado llegué al
aeropuerto de Veracruz desde Mérida (Yucatán) y me desplacé en taxi
hasta el hotel Veracruz Centro Histórico, en la calle Independencia,
casi frente a la plaza del Zócalo. Una vez dejé la maleta en la
habitación, ya aseada y cambiada, bajé a la plaza del Zócalo y me senté a
la sombra al lado de su fuente, recorriendo la plaza entera con la
vista y frente al edificio del Ayuntamiento, ese mismo edificio desde
donde las autoridades mexicanas y veracruzanas dieron la bienvenida a
los exiliados republicanos 83 años antes.
En ese momento me
vinieron a la mente las imágenes que había visto de la plaza a rebosar,
de exiliados y veracruzanos que les dieron una bienvenida como creo yo
que en pocas partes del mundo y en pocas épocas haya podido recibir a un
grupo de personas que llegaban, en la mayoría de los casos, con lo
puesto y muy poco más, muchos de los campos de concentración franceses
donde malvivieron en condiciones infrahumanas, y esa fue la primera vez
de varias que tuviese que hacer un esfuerzo para contener la emoción y
no llorar.
De allí me dirigí hacia el malecón, donde encontré el
monumento a la cuatro veces heroica ciudad, con sus respectivos años,
1825, 1838, 1847 y 1914. Viendo al frente la fortaleza de San Juan De
Ulúa, que se había usado en las tres primeras ocasiones para atacar la
ciudad, no pude dejar de sentir admiración por aquellos habitantes
veracruzanos del centro histórico que, por edad, llegaron a sufrir hasta
3 veces los bombardeos y ataques de 1823-25, 1838 y 1847, y que con
sacrificio, voluntad y mucha resiliencia ante la adversidad 3 veces
levantaron y reconstruyeron su ciudad, allí se quedaron y allí siguieron
viviendo, que no la abandonaron, ni la dejaron perder ni caer. Y que 3
veces la volvieron a llenar de vida.
Aquí vino mi primer choque
emocional entre las cosas maravillosas que me enamoran del Puerto de
Veracruz y las me entristecen sobremanera, provocándome un sentimiento
de profundo disgusto y de profunda tristeza que hacen que sienta ganas,
literalmente, de gritar y estirame de los cabellos.
Viendo la
belleza de algunos de los edificios veracruzanos recientemente
restaurados o aquellos bien mantenidos si los comparas con muchos otros
que te vas encontrando mientras paseas por el centro histórico y en los
que intuyes, por su arquitectura, que fueron edificios magníficos que
nada tenían que envidiar a los de los recién acabados de visitar por mí
en Campeche, Valladolid o Mérida (con centros históricos perfectamente
bien cuidados y conservados), sentí que se me caía el alma a los pies
viendo que, de algunos de ellos, incluso salían ramas de árboles enteros
que habían crecido dentro y atravesado los tejados haciéndolos caer. Me
recordó a los que había visto en el centro histórico de una ciudad
europea, Oporto, en Portugal, que he visitado en varias
ocasiones y cuyo centro histórico también tiene algunos edificios que
amenazan ruina, apuntalados para que no se caigan encima de los
transeúntes, sin que crezcan, eso sí, árboles altísimos dentro suyo de
momento. Quizá porque lo que salva, al menos a sus fachadas por el
momento, es el hecho de que el centro histórico de Oporto está
declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, al igual que, por
ejemplo, el centro histórico de Puebla de Zaragoza, que visité en Julio
de este año.
Es muy difícil conseguir este nombramiento de la Unesco,
pero El Puerto de Veracruz tiene algo que lo hace muy especial y muy
singular no solo a nivel mexicano sino también a nivel mundial y es que,
aunque parte de su centro histórico amenace ruina, aún sigue siendo LA
CIUDAD HECHA DE MAR, LA CIUDAD DE LA PIEDRA MÚCARA, aunque cada año que
pasa se podría decir que es “Puerto de Veracruz, la ciudad - cada vez
menos - hecha de mar”. No creo yo que haya muchas ciudades en el mundo
que puedan presumir de un patrimonio como éste como carta de
presentación ante la Unesco, teniendo en cuenta que sí que se ha
decidido, por ejemplo, intentar candidatar como patrimonio inmaterial,
por su antigüedad y su singularidad, su Carnaval.
De 2022 a
2023 yo he podido contrastar, y se me encogía el corazón al hacerlo,
hasta el punto de sentir físicamente por dentro el malestar y la
tristeza, como era palpable el deterioro y la degradación de un año para
otro. Soy consciente que el clima de Veracruz y su posición geográfica
no juegan para nada a favor del mantenimiento de esos edificios, pero
cada vez que he pasado por el monumento del malecón a la cuatro veces
Heroica no puedo evitar sentir pena de ver como una ciudad que
sobrevivió a 4 invasiones extranjeras en menos de 100 años “sucumbe” en
poco más de 50 años a su destrucción, por el abandono de los propios
veracruzanos, sean los propietarios de los edificios (hijos o nietos de
sus últimos habitantes y que ni tan siquiera viven en el municipio), por
las instituciones, por las lentas y, en ocasiones, excesivas trabas burocráticas del INAH no relacionadas con el mantenimiento de los elementos arquitectónicos valiosos en los edificios, o por una visión cortoplacista del beneficio económico
que no valora, en cambio, el beneficio económico que sí podría tener la
conservación de ese patrimonio histórico a medio y largo plazo y no
solo desde el punto de vista turístico, también desde otros puntos de
vista. Porque el centro histórico tiene mucho potencial si su
restauración se hace bien y se concibe como un proceso integral, no a
parches, si se involucra todo el mundo y es un proceso de abajo a arriba
y no sólo de arriba abajo, si es honesto donde haya un buen control de
los fondos económicos que se destinen a través de instituciones de
control independientes que no sean fácilmente corrompibles...Y soy
consciente que puede sonar muy injusto lo que digo no siendo yo
veracruzana, porque visto desde fuera siempre es más fácil encontrar
soluciones a las cosas que vistas desde dentro.
Aunque allí
en México he oído hablar de Bilbao como ejemplo de ciudad española a
tomar en cuenta para rehabilitar el centro histórico de Veracruz, yo
creo, humildemente, que la ciudad también española de A Coruña,
atlántica ella como El Puerto, con unos 245000 habitantes, 420000 en su
área metropolitana, podría ser un modelo a tener mucho más en cuenta y
que podría aportar mucho más como modelo a tener en cuenta para el
centro histórico de Veracruz. Por cierto, me permito ahora un inciso,
qué bonito y qué magnífico lucía el buque escuela Cuauhtémoc de la
armada mexicana atracado en el puerto coruñés entre el 24-27 de Agosto
de este año, es una corbeta preciosa, la suerte que tuve de poder subir y
visitarlo junto con muchos otros coruñeses y visitantes que se
acercaron al muelle, poder preguntar y hablar con su tripulación, muy
amable y paciente con todos los visitantes, que fuimos muchísimos. De
todos los buques escuela que había allí en el muelle por la Tall Ships
Races, tanto para mí como para otros visitantes con los que hablé, era
el más bonito y el más elegante de todos.
Volviendo al tema que aquí me ocupa, A
Coruña, por su situación geográfica, por su puerto marítimo (bastante
más pequeño que el de Veracruz pero también integrado con su centro
histórico), tiene, a diferencia del veracruzano, mucha menos importancia
logística y su uso es mixto entre comercial, logístico, pesquero y
turístico. El centro histórico de A Coruña, a diferencia del de
Veracruz, no ha dejado de tener jamás, de forma ininterrumpida desde la
Edad Media, un muy importante uso residencial, de personas que no solo
viven en él sino también que hacen vida en él e incluso trabajan allí.
Y, todo eso, a mí me parece básico e irrenunciable para cualquier ciudad
que NO quiera llegar a convertirse en una parque temático-turístico y
perder su esencia. O que le ocurra lo que le ha ocurrido a Barcelona, o a
Lisboa, o a otras ciudades europeas, donde sus centros históricos (o
casi barrios enteros) se han convertido en parques temáticos turísticos
de Air-Bnb y demás empresas de apartamentos turísticos. De hecho, en el
caso de Barcelona, que es el que más conozco, puedes encontrar turistas
de todas las partes del mundo, pero residentes permanentes cada vez van
a menos, a excepción de los que tienen pisos en propiedad (con cada vez
menos ganas de vivir allí), ya que ante la gentrificación y la falta de
comercios destinados a la población local optan por vender a otras
personas que buscan segundas residencias o bien de alquilarlos también
como pisos turísticos y marchar a vivir a otras poblaciones del área
metropolitana.
Aunque A Coruña también comienza a sufrir el
problema del mal uso (o abuso, en mi opinión) del cáncer que supone para
las ciudades el desmadre de los llamados apartamentos turísticos,
todavía está a tiempo de mantener ese equilibrio y evitar convertirse en
una Barcelona, entre otras muchas ciudades que podría citar, que
aunque ahora quieren poner límite para reducirlos, no tienen mucho
éxito, y por desgracia, en el caso de Barcelona, por ejemplo, se añade
también, el excesivo turismo de despedidas de solter@s, de mochila y de
borrachera, que no proyectan precisamente una imagen de prestigio.
Puede
parecer que mi visión del Puerto, después de lo escrito en los últimos
párrafos, sea negativa y no es así. En mi balanza personal, que
evidentemente es subjetiva, siguen pesando mucho más las cosas buenas
que hicieron que Veracruz me enamorase el año pasado y me siga
encantando visitarla para volver, volver, volver (como dice la canción)
muchas veces, así que comentaré y acabaré este larguísimo Post con tres
recuerdos más:
El primero es pasear al anochecer por su
malecón, cuando ya no aprieta tanto el calor, y en el que sí que se me
escaparon algunas lágrimas el primer día cuando. al llegar a la altura
del muelle donde, 83 años antes, atracaron el Sinaia, el Ipanema y
muchos otros barcos más con los exiliados republicanos, al imaginar lo
que tuvieron que sentir ellos con el recibimiento que les dio, en cada
una de esas llegadas, por parte del pueblo veracruzano.
El
segundo recuerdo fue unos días más tarde, cuando me volví a sentar a
comer una nieve de limón en el Zócalo, también a la sombra, al lado de
su fuente, recorriendo la plaza entera con la vista y frente al edificio
del Ayuntamiento, como el día de mi llegada. En ese momento sentí el
impulso de enviar a algunas de mis amistades en Cataluña y en Galicia,
junto con algunas fotos del Ayuntamiento, la Catedral y los Portales,
las siguientes palabras que cito a continuación:
De todas
las plazas del Zócalo que he llegado a ver en mi estancia en México es
la más pequeña en dimensiones, pero para mí es mi preferida. Tiene algo
que no sé definir con palabras que para mí la hace la más bonita, la más
especial, esa que te llega como ninguna otra al fondo del corazón,
aunque objetivamente haya otras más monumentales. El simple gustazo de
sentarse a su sombra las tardes o noches de verano viendo su Catedral y
su Ayuntamiento mientras escuchas el agua de su fuente sonar me ha hecho
sentirme cada vez que lo disfruto tremendamente feliz y privilegiada.
El
tercer recuerdo que he elegido corresponde a mi visita este año, en
Agosto de 2023, cuando decidí repetir con la empresa de Mundo Submarino
la salida de snorkel para disfrutar de nuevo del maravilloso arrecife
que tiene Veracruz. El año pasado también esnorkeleé en el de Cancún y,
aunque allí el agua es de un color espectacular que parece un cristal,
como arrecife, el de Veracruz le da cien vueltas al de Cancún por
espectacular, por vida marina, por su coral, por diversidad y, sin
embargo, aquí en España hay mucha gente que ha ido a hacer snorkel o
submarinismo a Cancún (y ninguno de ellos a Veracruz). De hecho, cuando hacía snorkel el año pasado en la zona de
la isla Verde, pensaba: -¡Dios mío! Si Veracruz “se pusiese las pilas” y
tuviese un centro histórico tan bien cuidado como el de Mérida o el de A
Coruña (España), y con este arrecife, muchas de las personas que viajan
a Cancún, viajarían a Veracruz-.
Volviendo a Agosto
de 2023, tuve la oportunidad de conversar con dos de las personas que habían hecho la salida
en el barco conmigo de mis sensaciones y de lo que me parecía la ciudad
de Veracruz. Les comenté, tal y como me salió espontáneo del corazón,
que la ciudad del Puerto de Veracruz, con sus cosas buenas y con las no
tan buenas, me hacían "sentirme en casa” de una manera que no me había
sentido visitando ningún otro lugar del mundo, ni en México, ni en
Europa, ni en España, más allá de dos lugares: Mi ciudad natal, Mataró
(y por extensión la ciudad de Barcelona), y el pueblo de mi madre en
Galicia, Sada (y por extensión, ya es parte de su área metropolitana, la
ciudad de A Coruña). Es más, durante mi vida he vivido unos meses en
Portugal, y guardo buen recuerdo, también en otras ciudades españolas,
pero el vínculo emocional que siento con el Puerto, y que es muy difícil
de explicar porque es una mezcla de muchas cosas, solo lo siento con
el lugar donde nací y resido ahora y con el lugar natal de mi madre.
Con
este arrecife tan extenso y de momento bien conservado, con su historia
tan interesante y tan fascinante a lo largo de sus 500 años de
existencia, con el Puerto más importante de México en el Atlántico, si
la ciudad jarocha se pusiese las pilas, podría ser un destino mucho más
atractivo y conocido en España y en Europa de lo que ahora es y, sin
embargo, los turistas europeos vuelan al Aeropuerto de Cancún para hacer
submarinismo y snorkel en Isla Mujeres o Cozumel y visitar luego, desde
allá, Chichén Itzá, los centros históricos de las ciudades del Yucatán y
no saben ni que existe el Arrecife Veracruzano, o el Tajín y
Tlacotalpan (también declarados patrimonios de la humanidad por la
Unesco) y las que se podría añadir, RESTAURADO Y HABILITADO, el centro
histórico para que le diese al Puerto de Veracruz, un prestigio, como
ciudad, que ahora NO tiene, y que podrían hacer que fuese tan atractiva
para visitar y conocer como Mérida o Valladolid, porque, mira por donde,
El Puerto tiene algo que éstas dos NO tienen, el larguísimo malecón
veracruzano, que Campeche sí lo tiene además de su muralla, pero, mira
por donde, lo que NO tiene Campeche y sí que tiene Veracruz, es su
maravilloso arrecife y su fortaleza de San de Ulúa. También contribuiría mucho el hecho de que las playas urbanas de Veracruz contasen con mejores drenajes y plantas de tratamiento de las llamadas aguas negras de las que ahora tienen, ya que el turismo ha crecido los últimos 45 años, entre El Puerto y la vecina Boca del Río, muy por encima de la capacidad de que el agua de usos urbanos llegue drenada a las playas en mejores condiciones.
Ahora
que parece que, por fin, la ciudad, cuenta con un “Proyecto para la
Remodelación del Centro Histórico de Veracruz”, en mi opinión es el
momento de que los veracruzanos se planteen muy seriamente la ciudad
histórica que quieren para ellos mismos y para sus hijos y nietos, y
también cuál es la imagen de ciudad que quieren proyectar de cara al
exterior. Esa, evidentemente, es la decisión de TODOS los veracruzanos,
lo sean de nacimiento o de adopción, no de personas que lo vemos desde
fuera como yo pero, sea lo que sea lo que decidan, cruzo los dedos para
que NO deje de ser esa ciudad que me enamoró y a la cual, cada vez que
viaje México voy a querer volver, y sentir esa sensación de calidez y de
felicidad que yo vinculo, dentro mío, al Puerto de Veracruz.
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